Santidad contemporánea (Saint Seiya & One Piece)

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Tripulación pirata de «El sombrero de paja»
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Las 12 armaduras de los santos dorados

Más de un siglo después de que Nietzsche encontró el cadáver de Dios y lanzó su famoso y ahora insoportable dictamen de defunción (Dios ha muerto), cabe preguntar qué ha pasado con las ideas menores y parásitas alrededor de aquel Dios que fue uno y simultáneamente fue tres y ahora es casi nada: los santos.

En ocasiones, en la sala occidental de la torre de Babel de los intelectuales, resuena un manotazo en la mesa junto con una voz inhumana que niega: No he muerto, sigo presente. Entonces se procede a explicarle a esa voz sobrenatural que, en efecto, sigue presente, pero ya no está viva, es una mera fantasmagoría.

En la sala oriental es otra la situación. Allá sigue brillando el oro de los tigres, mas su futura oxidación es inminente. Pero poco o nada importa lo que ocurra dentro de la torre de Babel, porque a Dios no se le mató dentro de la torre, ni a golpes de lógica y razonamiento, sino a  pura y limpia idiotez.

Los asesinos no fueron ni los Newton, ni los Hume, ni los grandes nihilistas, sino las masas. Los asesinos fueron varias generaciones de idiotas. Flaubert, en su última novela, tuvo a bien regalarnos el dibujo de los padres de los asesinos: Bouvard y Pécuchet, un par de idiotas enfermos de conocimiento. Beckett dibujó a los asesinos: Didí y Gogó, otro par de idiotas que no creen en nada y, sin embargo, tienen la tormentosa necesidad de  creer: siguen esperando a Godot. Los hijos de Didí y Gogó somos nosotros; y nuestra tarea —si es que queremos seguir el camino de nuestros mayores— según logro distinguir, es acabar con las divinidades menores, con los santos. El objetivo está casi realizado: los santos están heridos de muerte.

Hoy en día ser llamado santo es un desprestigio. Ser santurrón es ser un exiliado de la sociedad, un apestado, un pobre pendejo. La palabra santo ha caído de su pedestal para arrastrarse y enlodarse en la deshonra. En nuestra época la idea de santidad se ha revestido de un anacronismo que nos advierte la fecha de caducidad del término. Así como la historia de la literatura de la civilización griega exhibe el distanciamiento entre la gente común y los dioses —quienes al principio reían, cantaban y luchaban junto a los hombres en los relatos  homéricos y poco a poco fueron relegados a existir sólo a través de los sueños—, nuestra civilización se comporta con un alejamiento similar respecto a los santos.

Tal parece que la figura del santo ha sido desplazada dentro de la cultura occidental popular por varias figuras: el príncipe maquiavélico —Macbeth/Frank Underwood—, el héroe caballeresco —El Rey Arturo/Harry Potter—, el héroe caballeresco satírico —Don Quijote/Birdman (La inesperada virtud de la ignorancia)—, el antihéroe —Madame Bovary—, el antihéroe satírico —Didí y Gogó/zombies— hasta el superhéroe contemporáneo —Iron Man—.

Todos y cada uno de los arquetipos mencionados están engarzados por el pragmatismo: actuar con miras en el aquí y en el ahora, lo que funciona de manera cuantificable es el valor supremo, dejando en la obsolescencia al racionalismo, al idealismo, al formalismo, y sobre todo a las religiones. La literatura occidental ya no usa a la santidad como tema y tampoco al santo como héroe. De acuerdo al Diccionario medieval español de Martín Alonso, un “santo” era una persona a quien, gracias a sus acciones ejemplares y por mandato de la iglesia, se le rendía culto. Hoy en día, en el Diccionario del español actual de Manuel Seco et al. podemos ver que a la entrada de “santo”, en tanto que persona, se ha agregado una segunda acepción: la de imagen. Ahora los santos son de yeso. Así, podemos ver el proceso de cosificación que está sufriendo el concepto “santo”, lo cual sirve de reflejo para poder argüir que sucede lo mismo con la santidad. La palabra santo, en cuanto persona, tal vez no tarde mucho en entrar en desuso; nadie, actualmente, es juzgado como “moralmente irreprochable” y, al parecer, nadie busca serlo.

Sin embargo, las cualidades de la santidad siguen caminando entre nosotros aunque no existe algún sustantivo que logre englobarlas del todo. Juzgo que la figura más cercana que logra contener todos los atributos propios de la santidad está en la cultura del manga y del ánime japonés, en una suerte de personaje a la que llamo nihilista natural.

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Seiya, Santo de Pegaso.

Dentro del raro intercambio cultural que se practica entre oriente y occidente, la diluida figura de la santidad abrevó en las aguas japonesas y regresó a nosotros en forma masiva y popular a través del ánime, ese género que ya forma parte de la educación sentimental en occidente de las generaciones X y milenial. El más claro ejemplo de lo anterior es 聖闘士星矢, cuya traducción literal es: El santo Seiya o San Seiya, ánime que se emitió por primera vez en televisión en nuestro continente en 1986, cuenta con numerosas secuelas y cuya última producción data de 2014 y continúa en emisión. El título de este ánime fue adaptado al español como Los caballeros del zodiaco. Se consideró más atractivo el sustantivo “caballero” que “santo” (otra prueba del descrédito que la santidad provoca). No obstante la pobreza de las tramas y la escasa personalidad de los protagonistas, este ánime logró colocarse dentro del inconsciente colectivo de la generación X y, en menor grado, de la milenial. Moral irreprochable, formidables lazos de amor al prójimo, fe inquebrantable, la negación del yo a través de la negación cuerpo y, por encima de todo, el sacrificio del uno en favor de los otros son conductas que Seiya y los demás caballeros personifican una y otra vez hasta el hartazgo, y también son los atributos que constituyen la santidad. A fin de cuentas, la intención del ánime fue retratar la figura de los santos y el resultado no fue impreciso.

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Albert Camus, escritor francés que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957

Las características de la santidad siguen existiendo, pero ya no se les llama santos a sus poseedores. Incluso en los círculos de la alta cultura —último refugio de dioses, santos, racionalismos, idealismos y demás mitologías—, los santos escasean. En La peste, novela de Albert Camus, podemos ver las características del santo reunidas en una persona: el doctor Rieux; pero en ningún momento, dentro de la novela, se le asocia a la santidad religiosa, más bien se le relaciona con la santidad laica. El doctor Rieux se encuentra en la ciudad de Óran, la cual está sitiada debido a la mortal e incurable peste bubónica. El doctor Rieux —hombre de ciencias— conoce a cabalidad la efermedad, sabe que es incurable y no escatima esfuerzos en combatirla. Sin embargo, él gasta incontables días en la realización de medidas asépticas cuyo resultado es completamente inútil. Se pasea entre los apestados —lo cual representa una elevadísima probabilidad de contagio— tratando de suministrar los escasos calmantes que posee la ciudad y también ofrece un poco de apoyo emocional. En el punto cúspide de la novela, el doctor Rieux sufre la mayor de sus desesperaciones al ver como un niño muere en medio de un sufrimiento atroz a causa de la peste justo frente a él y no puede hacer absolutamente nada para impedirlo. Se esfuerza hasta los límites humanos en ayudar a los apestados arriesgando su propia vida y a sabiendas que sus esfuerzos son inservibles. Ese es el santo laico que Camus dibujó en su formidable novela. Harold Bloom apunta con precisión que el doctor Rieux es un santo, bajo cualquier rasero moral.

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Kanon y Saga, santos nacidos bajo el signo Géminis.

Por otro lado, en la cultura de masas, los orientales son atraídos por los valores de la santidad occidental; tanto es así, que Los caballeros del zodiaco fueron un éxito de ventas rotundo en Japón. En Latinoamérica, Los caballeros gozaron de fuerte difusión y gran aceptación por parte del público infantil y juvenil. Así en el exocerebro, tanto de la generación X como de la generación milenial,  están grabados los valores de la santidad, pero no se les reconoce con tal título y se encuentran traslapados o confundidos con algunas otras figuras y cualidades. Para estas generaciones, los valores de lealtad inquebrantable, fe, amor al prójimo por encima del amor propio, sacrificio en favor de la otredad y la negación del yo corporal —es decir, aceptar golpes del enemigo— no se encuentran dentro del sustantivo santo, sino dentro del sustantivo héroe o superhéroe. Incluso en este caso, dichos valores no son ni los únicos ni los más importantes dentro de la definición de tales términos.

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Personajes de One Piece inspirados en íconos pop.

La intención de Los caballeros del zodiaco fue presentar y exaltar a un grupo de jóvenes cuya principal característica era la santidad. Los reflectores estaban puestos en la fe, el sacrificio y el valor de la otredad, a todos los personajes les apremiaba más el otro que ellos mismos. Masami Kurumada, el creador de los mal llamados Caballeros, tomó el valor de la santidad occidental como punta de lanza, es más, lo utilizó como título de su ficción, lo infundió en personajes persuasivos para el público juvenil; creó un mundo animado totalmente occidental —donde abundan los motivos griegos, como escenarios, dioses, mitos y personajes—; exportó su modesta y virulenta invención a occidente y nosotros, conocedores de la pestilencia que emite la palabra “santo”, decidimos desviar la intención del autor con una pequeña licencia en la traducción para asegurar el éxito de ventas. El acto tuvo bastante tino, sin duda; para nuestro tiempo, a priori la figura de un caballero es más atractiva a la de un santo.

Ese rechazo de un valor propio dentro de un producto extranjero indica que la santidad está minada: antes una imagen de yeso o un caballero del zodiaco o cualquier cosa, menos una persona.

El misticismo suena a marrullería y las religiones son descalificadas por dogmáticas, entre otras cosas. La figura del santo es arrastrada por este desprestigio debido a que la mitad de su ser se encuentra en ese místico más allá carente de rigor lógico y pragmatismo. Uno de los tantos errores de la cristiandad fue hacer del santo un ser mitad celeste y mitad humano. El hombre santo se sacrifica en la tierra y es recompensado en el cielo; se le rinde culto a esa contraparte celestial cuya tarea es realizar milagros en la tierra. Por lo tanto su derrumbe comienza en el más allá y se extiende al más acá. Entre los escombros se encuentran los mencionados valores humanos que hacen al hombre santo digno de admiración aquí en la tierra —con o sin religión de por medio—; pero al estar asociados a una divinidad, la figura del santo, carece de interés para las masas de este tiempo.

Escrito sea de paso, el deífico derrumbe ha tenido sus consecuencias en el conjunto de valores, muchos de los cuales están sufriendo una interesante transformación. Al no poder demostrar maldad o bondad en los actos humanos, la conducta se está inclinando a favor de la eficiencia o la acumulación de fuerza; lo cualitativo por lo cuantitativo. Lo pragmático es el sello de nuestro tiempo.

8e65b69bc91910622aca6d99ebe0c3b2Kurumada, en sus Caballeros, también asoció la figura del santo a las deidades, aminorando el brillo del hombre santo en sí mismo, igual que el catolicismo. Sin embargo, un compatriota suyo, Eiichirō Oda, creó el universo de ficción llamado One Piece, donde el personaje principal —Monkey D. Luffy— posee también las características y valores del hombre santo. Monkey D. Luffy es un personaje, ante todo, feliz e indiferente, características que lo hermanan con la generación milenial. En él, advierto una de las principales características de dicha generación: la ausencia de una sed por comprenderlo todo. Al contar con Google, resulta innecesaria la formulación de preguntas —morales, ontológicas y teleológicas—, lo cual reviste de asombrosa seguridad e indiferencia a las nuevas generaciones. Google, actualmente, no hace otra cosa muy diferente a la enciclopedia dieciochesca: “desmenuzar todo lo que conocemos en piezas, y luego, ordena esas piezas de manera que podamos ubicarlas una a la vez. Es una proeza de la organización, no del entendimiento”, como bien lo apunta Hugh Kenner.

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Brook es una referencia al mexicano José Guadalupe Posada

Regresando a Monkey D. Luffy, él tiene esa seguridad mezclada con indiferencia y cualquier pregunta con aires religiosos o teleológicos le resulta trivial, sus únicas preocupaciones intelectuales son de naturaleza pragmática. A Monkey D. Luffy no le interesa Dios, ni siquiera se pregunta por él; este rasgo lo convierte en un gran adalid de la generación milenial; es, por llamarlo de algún modo, un nihilista natural o bien posee una beatífica nadería. No obstante, en la versión ánime de One Piece asistimos de nuevo, a través de Monkey D. Luffy, a contemplar la negación del yo en favor de la otredad; y también, a degustar los demás valores de la santidad. Este ánime se encuentra en plena asimilación dentro de la generación milenial y dentro de la generación Z  y en menor medida en la X, dado que comenzó a emitirse en 1999 y sigue actualmente en transmisión. De la misma forma que Los caballeros del zodiaco, One Piece ha tenido gran aceptación en todo el orbe. Esta vez el medio de difusión no es la televisión —como en el caso de Los caballeros—, sino el internet, medio de comunicación por excelencia de las generaciones milenial y Z.

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El santo dorado de Acuario fue creado en honor al autor de «La peste», en especial por la frialdad y la santidad de sus personajes.

Este ánime también está repleto de motivos occidentales: griegos, ingleses, mayas, rusos, etc. Y Monkey D. Luffy se torna un personaje entrañable en mayor medida por su inocencia infantil y sus atributos de hombre santo; una indiferencia juguetona y ascética es la natural respiración de su carácter, mas a la menor provocación —con un sentido muy elemental de la justicia— sacrifica su propio cuerpo y objetivos en favor del otro, en favor de un extraño. Aunque dentro de One Piece la figura de la santidad no se asocia de manera tácita a Monkey D. Luffy, uno de los aciertos en el personaje es su laicismo; y al igual que el doctor Rieux y Los caballeros del zodiaco, Monkey D. Luffy es un hombre santo bajo cualquier rasero moral.

De este modo, encontramos el rasgo distintivo, en cuanto a santidad se refiere, entre Los caballeros y One Piece: la subsunción al concepto de Dios en Los caballeros y la independencia de toda figura divina en One Piece. Mientras que la palabra “santo” está incondicionalmente ligada a lo religioso y a lo divino en el caso de Los caballeros; un personaje indiferente a la religión como Monkey D. Luffy puede ser calificado como santo laico, de la misma manera que el doctor Rieux de Camus (quizá Luffy experimentó una desesperación e impotencia similar a la del doctor Rieux cuando su tripulación fue abatida por el pirata Bartholomew Kuma).

Entonces, encontramos dos personajes santos y laicos en mundos y tiempos diferentes; en la alta cultura y en la cultura de masas; en la posguerra y en la era informática. Uno, el doctor Rieux, médico cirujano, con el cual Camus logró simbolizar que el hombre de su tiempo, hombre de ciencia, hombre lógico, también puede alcanzar el estatuto de santo, laico, por supuesto, pero santo a fin de cuentas. El otro, Monkey D. Luffy, pirata de profesión, con el cual Eiichirō Oda simboliza a una generación donde se niega a Dios con la mayor de las naturalidades, donde el hombre ya no es creyente pero tampoco es el hombre lógico de Camus; una generación donde el nihilismo aparece de manera natural en los individuos, donde la inmensa concentración de conocimiento en la red detiene las ansias de realizar preguntas, porque se tiene la falsa creencia de poseer todas las respuestas al alcance de la mano. El exceso de información es lo que ha creado, por llamarlos de algún modo, nihilistas naturales; sin creencias y sin la tormentosa necesidad de creer.

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Monkey D. Luffy, santo laico, nihilista natural y rey de los piratas.

Dado que lo único importante es lo cuantitativo, lo pragmático, las preguntas morales se tornarán indiferentes conforme nuevas generaciones vayan naciendo; a esto hay que sumar que la respuesta a toda pregunta de carácter pragmático se encuentra a pocos clics de distancia.

Camus, con La peste, afirmó que en su tiempo eran posibles los santos laicos. Oda, con Monkey D. Luffy, hace la misma afirmación para este tiempo. Hemos visto nacer la santidad —en exiguas ocasiones— en hombres religiosos y en hombres lógicos, orientales y occidentales. Lo divino dentro de la santidad ha muerto. Y ahora, podemos apreciar una idea imbuída con no poca belleza: al parecer, la santidad puede sobrevivir sin Dios y sin religión, en una suerte de nihilistas naturales.

Publicado por Luis David

Literatura y Políticas públicas

Un comentario en “Santidad contemporánea (Saint Seiya & One Piece)

  1. El arma definitiva es una idea, invisible e invencible. Una idea logra el desgobierno del ser para ser gobernado por el Estado. La ilusión comienza desde su propio lenguaje que limita el campo de posibilidades en la imaginación, de probabilidades en el intelecto y de acción en la realidad. Es así que esa vulnerabilidad los hace débiles y dependientes del lenguaje como tecnología interna para conseguir el poder del conocimiento y objetos de poder externo, necesarios, y exigidos por el sistema para pertenecer a él.
    Lo que olvida la mayoría es que los absolutos preexisten más allá de las palabras. Cualquiera que tenga ganas de observar la realidad se dará cuenta que todo lo posible ya se ha definido y manifestado, y eso observado constituye un grupo conceptual natural del que nace otro grupo artificial, Del artificial se genera el concepto de sistema al cuál nos adaptamos creyendo que es el natural o verdadero.
    El mundo intelectual es el mundo de las apariencias, una persona puede hablar y escribir cientos de libros sobre la libertad y el amor, y nunca realizarlo ni realizarse. Es distintivo de los que viven en la ilusión de la mente creando tiempo y gastando enormes cantidades de energía.
    El principio o génesis de una cosmovisión definida con bases contradictorias, relativas o ambiguas, reproducen en todo su trayecto los efectos del desatino como falacias lógicas, que van en un aumento exponencial de la complejidad y que desemboca en patología, a la cual posteriormente se define como normalidad con la legalidad y la técnica. Es desde la patología que se niega a la verdad como el bien hacer, Todas las instituciones formadas desde esa cosmovisión exigen dejar la verdad fuera de su templo. El interés prima por sobre el Ser, sea su propia familia o sobre si mismo. Su vacío es infinito.
    Los patológicos luchan con los absolutos en su mente, el trauma o herida del desamor los lleva a representar su ilusión en lo ya manifestado, y así, eliminando su cuerpo o el cuerpo de los demás, eliminan a la idea. Su signo es la tristeza por el bien ajeno o la alegría por el mal ajeno. Es por eso que los intelectuales, espirituales, o mentales odian a las emociones, lo que no pueden controlar ni dominar lo evitan, desconocen a la energía y la señal del desatino en el choque con la realidad. Les da miedo, el Hades, que usa de la muerte, Tanatos, y de la ilusión, Hipnos, para atraer al ser a la sombra de su propia naturaleza.

    Lo que no entiende la mayoría es que toda su imaginación, su capacidad creativa, y sus memorias, es materia prima de su propiedad.
    En el momento que dentro de su territorio se consituye una extraneza, el ser se dualiza consigo mismo, y ese espacio es el que se configura para su dominación con otra identidad o sexo, de ciudadano, publerino, campesino, cualqueir cosa que defina y condicione su ser. Ese espacio es un espacio de libertad utilizado por el dominador. De este conflicto ilusorio y patológico se constituyen los matrimonios victima-victimario, masoquista-sadomasoquista, salvado-salvador, complejo de inferioridad-complejo de superiordad. idea de Dios-idea del Diablo.
    Lo interesante de la ilusión es que logra establecer espacios intocables dentro de si mismo.

    Si alguien no sabe lo que está bien o lo que está mal, no ha desarrollado la lucidez ni su irtud para sentir la verdad y la mentira como energías lógicas, y eso es porque todavía posee la patología y se encuentra bajo el absoluto de la separación, que separa el sentir del pensar.

    Para los que no comprendan de que se trata esta realidad les propongo despertar en el sueño, lo llaman sueños lúcidos, y también hacer desdoblamientos de su cuerpo, para que puedan constatar como se viaja del soñador al soñado al mundo de las definiciones, y que esto sucede todo el timepo en la vigilia. Si no se animan a vencer el miedo, también se puede despertar en la vigilia y entrar de una vez en la realidad. El signo es la espontaneidad y la velocidad de la inteligencia es superior porque es la acción. Es una verdadera economía y ecología en la imaginación,
    Es lógico que cuanto más habilidades se desarrollen más riqueza hay en la acción, por lo que se convierte en arte. Esto significa que si eres médico te vas a preocupar por sanar y no por medicar, y vas a llegar comprender la naturaleza de la enfermededad conociéndote a ti mismo, lo que significa que tu propósito de encontrar enfermos para justificar tu existencia mediante la etiqueta va a ir disminuyendo de la misma manera que la cantidad de enfermos, encontrarás el arte de sanar y la persona que ha perdido su poder pagará de manera justa al sanador con algo que se llama Amor. SIn embargo para muchos ese absoluto no existe, como ellos mismos.

    Ser o no Ser

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